Los primeros días de febrero fueron algo de locos. No era solo el invierno, el frío antitropical que obliga a colgarse abrigos y medias por montón; ni la desorientación habitual de quien llega a una ciudad inmensa. A el sinfín de novedades que nos aturdían, hubo que agregar la preocupación creciente de encontrar un piso cuánto antes.
El 9 de febrero vencía la estancia en el hotel NHZurbano y asegurarse tener un lugar para vivir más allá de los puentes y el metro era prioridad absoluta.
Las cuentas del teléfono se fueron por las nubes. Las caras desesperadas eran de los común. Ni qué decir de las citas para ver lugares. Desde las señoras solitarias y pasaditas de años que saludaban con más de un "guapo, mozo" a los caballeros balboas, hasta los agentes de inmobiliarias que negaban a sus novias con tal de sacar alguna cañita para socializar con las "misses". También hubo algunos a los que presentaron como nuevos vecinos y otros a los que trataron de estafar con cifras astronómicas.
Al final todo salió bien. Algunos encontraron ofertones de 800 euros para cuatro, tres más tuvieron que pasar unos días en casa ajena hasta alquilar la suya.
Y después de tanta prisa, hasta quedó tiempo para bautizar las nuevas residencias balboas:
-La Casa de los Gnomos
-El Convento o La Casa de las Monjas
-La Ratonera
-La casa del balboa desamparado
Bien dice la trillada frase, tras la tormenta, llega la calma...

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